Artículos año 2012 Viaje a Praga

Realizado con Pepy y un grupo de Apoclam en Febrero de 2012

Si alguien tuviera que elegir entre las capitales de Europa más atractivas, para visitar en un hipotético concurso eliminatorio, seguramente Praga figuraría entre las cinco primeras. De ahí que cuando desde la Asociación de Orientadores de nuestra región se nos ofreció la posibilidad de conocer este lugar, aprovechando el calendario vacacional de los días de carnaval, no lo dudamos y nos inscribimos para viajar entre el 19 y el 21 del mes de febrero de 2012.

Gracias a que las gestiones corrieron a cargo de la agencia alcazareña Alces Travel, con sus propietarios Miguel Ángel y Flor a la cabeza, nos pudimos despreocupar de toda la burocracia que una salida al extranjero supone y, además, Flor nos acompañaría durante la visita y, por tanto, nos resolvería sobre la marcha todos los trámites que conlleva la estancia en un lugar de idioma y costumbres desconocidos.

Lo cierto es que todo mereció la pena. Superado mi cerval miedo a volar, a pesar de las evidencias sobre la seguridad que ofrece el transporte aéreo, nos embarcamos en la majestuosa T – 4 de Madrid Barajas, después de una noche de escaso sueño por lo intempestivo de las horas de salida y la obligación de recoger al resto de expedicionarios en ruta pasando por Consuegra y Toledo. La llegada a Praga, tras un vuelo óptimo que apenas duró dos horas y media, nos deparó un primer impacto meteorológico, pues comprobamos cómo el paisaje mantenía numerosos restos de nieve que apenas desaparecían debido a las bajas temperaturas reinantes. No en vano se cumplían las predicciones que veníamos siguiendo debido al paso de la ola siberiana que estaba causando estragos en todo el continente pero especialmente en centroeuropa.

El traslado al hotel durante un trayecto de casi una hora de duración, nos permitió hacernos una idea inicial del tipo de ciudad que teníamos ante nuestros ojos: grisácea, extensa, industrial y algo decadente en la conservación de sus edificios. La misma impresión que nos causó el hotel, situado en una zona céntrica a escasos metros del Museo Nacional y de la Plaza de San Wenceslao, que abre el camino de la ciudad vieja y del resto de maravillas que la rodean.

Una vez alojados de modo provisional y como la hora de la comida era inminente, hicimos la primera inmersión en la ciudad a la búsqueda de un lugar donde tomar las primeras viandas y comprobar la importancia del idioma inglés para movernos por este mundo globalizado. El restaurante que finalmente elegimos se hallaba situado en el segundo piso de un edificio de rancio abolengo que recordaba el aspecto de los cafés decimonónicos que tanto abundan en la población y que tanta fama le han dado a la misma.

La carta de menús aparecía en varios idiomas menos en español, por lo que tuvimos que elegir entre la intuición y los escasos rudimentos del idioma británico que conocíamos. Esa misma tarde iniciamos ya lo que sería propiamente la visita turística mediante un recorrido panorámico de la ciudad, partiendo de la plaza de San Wenceslao y de la mano de una guía profesional y española, Mónica, con más de veinte años de residente en Praga, culta y amena, con notables estudios de Historia y Artes, que nos puso al día de los diversos monumentos más representativos de la ciudad.

Particularmente me sorprendió la historia del cementerio judío, cuyo crecimiento en vertical se debe a las dificultades de salir del gueto al que se hallaba sometida esta población. Por vez primera nos adentramos en las calles estrechas que nos llevan hasta la Plaza de Malà Strana, donde se concentran los atractivos turísticos más significativos: el reloj astronómico, la iglesia de San Nicolás, la calle Nerudova, dedicada al checo Jan Neruda, de quien posteriormente tomó su seudónimo el gran poeta chileno Pablo Neruda, y así hasta un largo etcétera de edificios y detalles monumentales.

El hotel nos esperaba después de una agotadora jornada que prolongó la noche anterior, dedicada al traslado, sin apenas descanso. Lo curioso fue el contraste de temperaturas entre el exterior con – 2º C y las habitaciones, en las que imperaba una calefacción potente, difícil de regular y que nos produjo un estado de vigilia no deseado hasta que el sueño nos llegó por agotamiento. La siguiente jornada, en previsión de que el clima nos fuera favorable, la dedicamos a recorrer en excursión la única visita fuera de Praga. Se trataba de conocer la ciudad balneario de Karlovi Vary, situada a unos 150 kms. de la capital y que ciertamente mereció la pena.

Mientras viajábamos en el autobús, bajo la amenaza intermitente de un aguanieve que por momentos se densificaba y a ratos cesaba, pero que envolvía al paisaje de una túnica blanca, la guía Mónica nos fue relatando los aspectos más significativos de la sociedad checa, desde su historia más reciente hasta su organización política, económica y, cómo no, sus sistema educativo, tratándose de un grupo formado por profesionales de este gremio.

Dos o tres recuerdos me quedaron grabados en el camino: los campos de lúpulo que saltean muchas de las zonas de los escasos cultivos que permite el rigor del clima, y que es uno de los cereales utilizados en la elaboración de la magnífica cerveza que se encuentra por todas partes y también en la fábrica que hay en uno de los pueblos camino del balneario, llamado Krusôvice, que le da marca a una de ellas.

La llegada a Karlovi Vary descendiendo hasta la zona del río, helado en sus orillas y rodeados por sus espectaculares edificios, es una sensación inolvidable. Después, todo tiene su explicación y descubres que no deja de ser un lugar preparado para el turismo por la fama de sus aguas termales, que se beben con unas típicas jarritas, pero que a la vez ofrece diecisiete mil camas para enfermos que necesitan recuperarse y que son enviados por el propio sistema público de salud. Sorprendente y real.

Febrero de 2012
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