Santiago Ramos Plaza

Seguramente Santiago será uno de los escasos reductos del lirismo más tradicional que conviven en nuestro entorno. De él estarían orgullosos Juan Ramón Jiménez o Rubén Darío por su fiel tributo a una manera de ser y sentirse poeta.
Si algo he valorado en Santiago, desde que lo conocí más directamente como compañeros en la aventura de La Veleta del Sastre, es su profunda vivencia del mundo poético del que se siente una viva encarnación.
Desde que comenzó a editar su obra, he tenido la fortuna de seguirle los pasos y la tengo casi toda y además dedicada en la mayoría de los libros.
También es merecedor de elogio su apego a nuestro pueblo, sus gentes y sus costumbres, que procura reflejar con su prosa cercana y afectiva además de participar activamente en cuantos actos le permiten su tiempo y sus ganas.
Para introducir la breve antología de textos que van a continuación voy a transcribir una de las dedicatorias que nos dejó manuscritas a Pepy, mi mujer, y a mí, en una visita a nuestra casa en la Avenida de Criptana, desplegando sus lápices de colores y envolviéndonos en el aroma del tabaco de su pipa, mientras tomábamos un vino gustosamente.

AVENIDA DE CRIPTANA

Canción para Justo López Carreño
y su mujercica con motivo del Año Nuevo de 1997.

La avenida de Criptana
cerraba el paso a nivel.
la avenida de Criptaza
con el pi-fa-fa del tren.

La cola de camiones
de piedra llegaba a ser
hasta que la campanilla
alzaba la barra en pie.

A lo largo de las vías
- paseos con terraplén –
los mercancías cargaban
la tos ferina a granel.

A la caseta de agujas
y al guarda, como un papel,
los envolvía en su trenza
el humo largo del tren.

Y los domingos en fila,
la gente venía a ver
pasar a los viajeros,
sin mejor cosa que hacer.

La avenida de Criptana,
que adoquinara el ayer,
ha muerto como un suicida
bajo las ruedas del tren.

Hecho en Madrid, el día 18 de Enero de 1996
Con mucho afecto,
Santiago.

XI

La nieve de Navidad
como el circo viene al año
tan solamente una vez.

La nieve titiritera
que en mi calle va a ofrecer
su función igual de larga
que las noches de este mes.

Gateará por el tejado,
saltará al balcón de pie,
y patinará en los cables
recorriendo la pared.

Y en el suelo de la calle
se echará el amanecer,
cansada como un rebaño
de comer y de beber.

La nieve sin Navidad
de sobra sé que helaría
mi calle al anochecer.

(De “La navidad de la calle Torres
En veinte estampas”. 1992).

LOS GLOBOS

En los globos de la feria
nos vamos hacia otros pueblos.
Mi niña en un globo rosa,
yo en el más grande que veo.

Los han soltado en la plaza
que soplan los cuatro vientos.
También le agrada a los globos
cambiar de camino un tiempo.

Hay de todos los colores;
nadie quiere un globo negro.
Y, además, la feria pinta
sólo colores de ensueño.

Mi niña y yo vamos juntos
para ninguno perdernos.
Mi niña y yo de la mano
con los globos pregoneros.

Los que en los campos faenan,
los que viven bajo techo,
se enterarán que la feria
sus puertas de luz ha abierto.

Y esta noche, ya de vuelta,
a los niños forasteros,
nuestros globos del viaje
y mucho más les daremos.

(De “De poeta por la feria”, 1991).

CALLE DE SAN JUAN

(1957)
No me da vergüenza.
Decir que al atardecer
venía desde la escuela
a emborracharme a esta calle,
no me da vergüenza.

"¡Borrachuzo! ¡Borrachuzo!",
gritaba mi sombra negra
en el espejo del suelo
de una acera a la otra acera.

Pero no me sonrojaba
oyendo su cantinela.
En mis borracheras nada
tuvieron que ver el vino
y el licor de las tabernas.

Era la cal, su blancura,
que me liaba una venda
por cada casa en los ojos,
no el alcohol de las botellas.

Hasta que desorientado
como gallinica ciega,
mi cuerpo se desplomaba
en un espacio cualquiera
de esta calle iluminada
por el sol de la calera.

(De “Alcázar de mis cenizas”,2002).

En 1999 publicó Santiago el libro “En el cuarto cerrado del amor”,
editado por seuBa ediciones, prologado por José Corredor
y perteneciente a la colección El Juglar y la Luna.
Santiago me obsequió con esta dedicatoria manuscrita:

A mi amigo Justo López,
que fue el primero que me animó a completar
los sonetos de este libro,
después de darle a leer
los primeros compuestos.
también, por añadidura,
a su mujer, Pepi.
En Alcázar a seis de diciembre de 1999, con mucho afecto.
Santiago Ramos.

17
La mujer soy que temo que me dejen
como si fuera un cuarto de invitados.
mujer de ademanes delicados,
la de abrazos que amor risueño tejen.
He querido que muchos me cortejen,
que me ciñan sentados y acostados;
que se vayan y vuelvan encantados,
que uno a uno, o en grupos, no se alejen.

Pero el tiempo es amargo en mi dulzura,
contrario en mi alegría y mi belleza;
el tiempo es mi enemigo y es más fuerte.
Y tantos que postraron su figura
ante mí, ya me trenzan sin tristeza
la corona con cintas de mi muerte.

45

El viejo amor de la infidelidad
se levantó contento esta mañana.
Mira al balcón y mira a la ventana,
hasta hallar la pareja de su edad.

El hombre necesita caridad,
su esposa es una roca de desgana.
La mujer que ha encontrado es fiera humana
que al marido se come de verdad.

Y el amor a su cuarto se los lleva,
después que en un café se han remirado.
Se besan, se desnudan, se aparean,

y felices los dos, ven cómo nieva
copos el corazón en su cercado
de alambre y tablas que se tambalean.

LUNA LLENA

Por las tejas del pretil
asoma la luna llena.
La torre como es más alta s
e cree que puede cogerla
y a punto está de caer
cuando remueve sus piedras.
Los frailes con el armonio
le cantan en su azotea
las canciones populares
que a los niños les enseñan,
por si las quiere aprender
en los bancos de la escuela.
Doña Acacia en el recreo
estira las ramas viejas y
las apunta a la luna
para enredarla y traerla.
Y yo con la palmatoria
encendida en una mesa
le muestro la mecedora
que quiero estrenar con ella.
Pero la luna callada,
asciende sin dar respuesta
a Doña Acacia, a la torre,
a los frailes y a mi espera,
tal si fuéramos fantasmas
de los que huyendo se aleja.

(De “Al aire de Doña Acacia”, 2001).

VELETA INFANTIL

Mi niña pinta veletas
con lápices de colores.
La mayor es la muñeca
que más tira y que más coge.
La más pequeña un ratón
con su rabo y su bigote.

Pero las hay de una casa,
de un sol con sus resplandores,
de la luna que sonríe,
de un vestidillo de flores,
sin que falte la que cruza
con su flecha corazones.

Mi niña pinta veletas
con lápices de colores,
a los que saco una punta
que en seguida se le rompe.

Yo prefiero la que tiene
en mayúsculas su nombre.
En ella recorro en sueños
el mundo todas las noches.

Cuando mi niña no pinte
sus veletas de colores,
¡qué largas que van a ser
mis horas de cada noche!

(De “Las veletas”, 2005).

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